lunes, 7 de septiembre de 2009

DISTINCIÓN POLÍTICA-FUNCIÓN PÚBLICA

A día de hoy todavía es necesario hacer una precisión que está relacionada con este tema y que causa asombro. Mucha gente sigue sin conocer el tema. Me refiero a la política y a la Función Pública.

Para el acceso a la función pública hay que ver los tres sistemas existentes:

- Oposición. Una serie de exámenes en los que la calificación es un baremo relativo, pues no todos los exámenes ponderan del mismo modo, y no solo hay que aprobarlos. Es decir, no sólo hay que sacar la mejor nota posible en lo que examinan sino estar entre los "X" mejores que se presentan. Por ejemplo si se saca un 9, hay 15 plazas para 900 presentados (hablo de cuerpos superiores, es decir, el grupo A, y ahora también el grupo B) y hay 15 con notas superiores a ese 9, aunque hayas aprobado la oposición, no tienes plaza. O sea, que no sólo es necesario aprobar la oposición, sino también tener una puntuación lo más alta posible para obtener plaza.
- Concurso. En este caso no hay que pasar exámenes. Sino que los examinadores lo que hacen es hacer una valoración (quizás un tanto subjetiva) de las aptitudes, expediente, vida profesional, idiomas del sujeto que concursa. Esta es la forma menos utilizada para el acceso a la función pública.
- Concurso-oposición. Una mezcla de los otros dos. Suele ser utilizado en organismos independientes (teóricamente) de la Administración del Estado, como por ejemplo, el Banco de España.


El funcionario no tiene vinculación política ni se nombra a dedo por nadie (por lo menos hasta ahora, porque los socialistas quieren y han querido buscar mil y un modos para enchufar a sus amiguitos y familia sin tener que pasar por el proceso, que nunca aprobarían, claro y que además cuesta esfuerzo y dedicación, algo de lo que ya sabemos ellos no andan muy sobrados).
Por otra parte están los políticos (asesores, directores generales, subsecretarios, secretarios de Estado, secretarios generales técnicos, ministros y los llamados asesores de los diversos gabinetes). Estos caballeros no suelen hacer ninguna carrera ni oposición. Son los llamados cargos de confianza que nombra el Ejecutivo de turno a dedo (ahora sí, a dedo). Estos señores viven mientras vive el Gobierno que les nombra (en teoría, porque luego consiguen quedarse de las formas más peregrinas que se puedan imaginar) y disfrutan de los niveles y sueldos más altos (nivel 30, como Subdirectores generales, el funcionario de cargo más alto, sin ser estrictamente funcionario).
Por tanto, el político nada tiene que ver con el funcionario. El político pasa; el funcionario perdura, entre otras cosas porque su puesto lo ejerce como resultado de haberse sacado un carrera a la que muchos querrían llegar y a la que muy pocos alcanzan. Si uno es funcionario y por su filiación es elegido por el Gobierno para ocupar un puesto político y acepta, debe entrar en excedencia de su puesto como funcionario público (son puestos incompatibles, por lo que no pueden ser idénticos).

Y por último, a pesar de la mala fama de la función pública, es preciso señalar que lo que mina las cuentas públicas no son los funcionarios, sino los cargos políticos cuyo número es hoy alarmante (más incluso que el de laborales, asimilados y demás morralla). Pues un cargo político supone en salarios y gratificaciones el equivalente a 30 funcionarios, de media en la Administración General del Estado a día de hoy. Para que se hagan una idea, Aznar mantenía en Moncloa a 32 asesores políticos, por su parte Zapatero tiene 123 y de la Vega mantiene a 876 en el Edificio Greco del mismo Complejo de la Moncloa. Basta echar un ojo para comprobar cómo puede un chaval de 24 años ser, por ejemplo, asesor en materia de Relaciones Internacionales simplemente porque su padre es un cargo de la UGT o un amigo de un barón del PSOE. Es así de sencillo. O al revés, porque su padre es un cargo del PP o amigo de un barón del PP. Y eso sin contar con todos los altos cargos de las comunidades autónomas y demás.

JIV

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