
Halloween, en mi opinión, ha supuesto el rescate de una fiesta pagana, sin sentido, que celebraban los celtas antes de ser evangelizados. Es la fiesta de la muerte y el terror en la víspera, precisamente (¡qué coincidencia!), de la festividad cristiana de Todos los Santos (1 de noviembre) y de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), instituida por san Odilón, monje benedictino y quinto abad de Cluny, en el año 998 (hace 1010 años).Pero la fascinación por el ocultismo atrapa a jóvenes y adolescentes, que se suman a esta fiesta, en lo que aparentemente es una fiesta en la que todos se van a divertir.
La costumbre, importada de Estados Unidos vía Hollywood con películas que cosecharon un gran éxito en los años 80 como La noche de Halloween, de John Carpenter, entró con fuerza en España hace varios años y se celebra en la noche del próximo sábado. Las tiendas de disfraces y de todo a 100 están haciendo su agosto desde hace varios días, con las estanterías de sus establecimientos repletas de trajes de zombies, vampiros, fantasmas, druidas, esqueletos, diablos y hasta seres extraterrestres.
Lo grave de esta fiesta es que ni siquiera tiene el espíritu pagano de los celtas. En efecto, la fiesta copiada de los americanos es, sencillamente, una mofa de la muerte. Creo que la muerte es algo serio y no para mofarse. A los muertos se les debe respetar, y si la fiesta tiene que ser laica, que sea una de respeto a los muertos, no a cachondeo. Pues me parece que las fiestas paganas se están reduciendo a esto: Cachondeo, cachondeo, y más cachondeo, sobre un tema nada divertido.
JIV
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