domingo, 22 de abril de 2012

SOBRE LA MONARQUÍA



Me reconozco un ferviente defensor de la monarquía parlamentaria, especialmente cuando las experiencias republicanas han acabado mal, pero que muy mal. Además, la monarquía tiene muchas ventajas: costes económicos inferiores (pues a la larga cuestan menos, y no hay que pagar pensiones vitalicias por expresidentes de una república), independencia política en sus funciones diplomáticas y representativas del Estado (cosa que no ocurre en una república) y preparación del monarca (preparación educacional, militar, civil, religiosa y moral de la que carece un presidente de la república); además la perpetuidad garantiza un mejor cumplimiento de sus funciones asignadas de diplomacia y representación exterior. Y creo que se le deberían añadir más funciones para que pueda cumplir mejor sus objetivos.

No obstante, las últimas jornadas han sido espantosas para la imagen de la monarquía. Y en parte ha sido culpa de Su Majestad. Que no ha sabido entender que en la situación en la que estamos no se puede ir de viaje de cacerías con “señoritas de compañía” (como la princesa Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, que acompañaba al Rey no sé porqué) por mucho derecho que tenga a ello.

Esto no significa que no debamos obviar las críticas a políticos, sindicatos y empresarios que están llevando al país a la quiebra. 

La Jefatura del Estado debe ser una referencia moral en la que debemos mirarnos todos los españoles (como un espejo). Sobre todo después de ver el discurso del rey de navidades en donde dijo verdades como castillos. Pues como dice el refrán: la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo.
De ahí la disculpa que, aunque me sepa a poco, engrandece al monarca. Espero que así sea.

La Casa Real, que en los últimos meses había aguantado tenazmente el envite del escándalo, ha sentido finalmente temblar sus cimientos. Lo que no había conseguido la imputación de su yerno, Iñaki Urdangarin, por su presunta implicación en una trama de corrupción, ni el accidente de su nieto, Felipe Juan Froilán, al dispararse en un pie con un arma prohibida para niños de su edad, se ha materializado cuando el descontento popular se ha volcado en la figura del monarca y su participación en una cacería en Botswana en una semana crítica para la economía española.


Todas estas críticas deben conducir a un objetivo. La aprobación de una Ley Orgánica que establezca el Estatuto de la Familia Real que regule de forma más detallada las funciones del monarca, así como su abdicación (por razones de edad), establezca un régimen de transparencia de la Casa Real (necesario para evitar todos estos problemas), el papel del príncipe heredero en caso de asunción temporal de las funciones del Rey. En donde también se determine sus miembros, sus derechos y obligaciones y el régimen de incompatibilidades. Asimismo, que obligue a la Casa del Rey a presentar ante el Congreso la contabilidad anual de sus gastos, incluyendo los atribuidos a todas las personas que reciban asignaciones públicas. (Como hacen muchas casas reales europeas, como la inglesa, o las nórdicas). Aunque el gasto presupuestario para sostener la Casa Real es cuantitavemente pequeño, esa transparencia contribuiría a que la institución sirviera de ejemplo en unos momentos de crisis.

Así, resolviendo estas cuestiones se dotaría de mayor seguridad jurídica a la institución.


Además, debería aumentar el uso de las redes sociales y mejorar su página web (como ya hace por ejemplo la Casa Real Británica: http://www.royal.gov.uk/Home.aspx)


La legitimidad de la monarquía no está fundamentalmente en la ley, en la Constitución, sino en la aceptación colectiva de que el monarca encarna a la nación, y lo sucedido en la última semana es una llamada de atención para que la monarquía adopte medidas que le devuelvan ese reconocimiento, esa legitimidad.


Sólo así, tendremos una monarquía fuerte que trate de dar una mejor imagen a la ya demacrada marca España.


JIV


Fuentes consultadas:








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