Me reconozco un ferviente defensor de la monarquía
parlamentaria, especialmente cuando las experiencias republicanas han acabado
mal, pero que muy mal. Además, la monarquía tiene muchas ventajas: costes
económicos inferiores (pues a la larga cuestan menos, y no hay que pagar
pensiones vitalicias por expresidentes de una república), independencia política en sus
funciones diplomáticas y representativas del Estado (cosa que no ocurre en una
república) y preparación del monarca (preparación educacional, militar, civil,
religiosa y moral de la que carece un presidente de la república); además la
perpetuidad garantiza un mejor cumplimiento de sus funciones asignadas de
diplomacia y representación exterior. Y creo que se le deberían añadir más
funciones para que pueda cumplir mejor sus objetivos.
No obstante, las últimas jornadas han sido espantosas para
la imagen de la monarquía. Y en parte ha sido culpa de Su Majestad. Que no ha
sabido entender que en la situación en la que estamos no se puede ir de viaje
de cacerías con “señoritas de compañía” (como la princesa Corinna Zu Sayn-Wittgenstein, que
acompañaba al Rey no sé porqué) por mucho derecho que tenga a ello.
Esto no significa que no debamos obviar las críticas a
políticos, sindicatos y empresarios que están llevando al país a la quiebra.
La Jefatura del Estado debe ser una referencia moral en la
que debemos mirarnos todos los españoles (como un espejo). Sobre todo después
de ver el discurso del rey de navidades en donde dijo verdades como castillos.
Pues como dice el refrán: la mujer del César no sólo debe ser honrada sino
parecerlo.
De ahí la disculpa que, aunque me sepa a poco, engrandece al
monarca. Espero que así sea.
La Casa Real, que en los últimos meses había aguantado
tenazmente el envite del escándalo, ha sentido finalmente temblar sus
cimientos. Lo que no había conseguido la imputación de su yerno, Iñaki
Urdangarin, por su presunta implicación en una trama de corrupción, ni el
accidente de su nieto, Felipe Juan Froilán, al dispararse en un pie con un arma
prohibida para niños de su edad, se ha materializado cuando el descontento
popular se ha volcado en la figura del monarca y su participación en una
cacería en Botswana en una semana crítica para la economía española.
Todas estas críticas deben conducir a un objetivo. La
aprobación de una Ley Orgánica que establezca el Estatuto de la Familia Real que
regule de forma más detallada las funciones del monarca, así como su abdicación
(por razones de edad), establezca un régimen de transparencia de la Casa Real
(necesario para evitar todos estos problemas), el papel del príncipe heredero
en caso de asunción temporal de las funciones del Rey. En donde también se
determine sus miembros, sus derechos y obligaciones y el régimen de
incompatibilidades. Asimismo, que obligue a la Casa del Rey a presentar ante el
Congreso la contabilidad anual de sus gastos, incluyendo los atribuidos a todas
las personas que reciban asignaciones públicas. (Como hacen muchas casas reales
europeas, como la inglesa, o las nórdicas). Aunque el gasto presupuestario para
sostener la Casa Real es cuantitavemente pequeño, esa transparencia
contribuiría a que la institución sirviera de ejemplo en unos momentos de
crisis.
Así, resolviendo estas cuestiones se dotaría de mayor
seguridad jurídica a la institución.
Además, debería aumentar el uso de las redes sociales y
mejorar su página web (como ya hace por ejemplo la Casa Real Británica: http://www.royal.gov.uk/Home.aspx)
La legitimidad de la monarquía no está fundamentalmente en
la ley, en la Constitución, sino en la aceptación colectiva de que el monarca
encarna a la nación, y lo sucedido en la última semana es una llamada de atención para que la monarquía
adopte medidas que le devuelvan ese reconocimiento, esa legitimidad.
Sólo así, tendremos una monarquía fuerte que trate de dar
una mejor imagen a la ya demacrada marca España.
JIV
Fuentes consultadas:
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