lunes, 22 de diciembre de 2008

UN CUENTO DE NAVIDAD: HOMENAJE A LOS BECARIOS

La UE ha fracasado en su primer intento por derogar la jornada laboral de 48 horas semanales. Hay quien dice que no será el último. Pero en España son muchos los que trabajan más de 65 horas. Y más de 70. Y de 80. Este es un homenaje a estas personas. Ahí va el cuento (en sentido literal, porque la polémica es un cuento)

Cinco horas antes de que un eurodiputado socialista llamado Alejandro Cercas recibiera en el Parlamento Europeo la ovación de su vida por haber frenado la jornada de 65 horas semanales, el consejero delegado de la operadora de Telefonía MÁSmóvil, Meinrad Spenger, estaba ya sentado ante el ordenador de su casa preparando la agenda del día. A esa misma hora, las siete y media de la mañana, Álvaro Olea colocaba filetes de lomo adobado en un mostrador y Daniel Fernández llevaba ya un tiempo con las manos en la masa haciendo bollos. Y eso no es lo malo: muchas horas después de que terminara la sesión parlamentaria en Estrasburgo, Spenger seguía delante de un ordenador. Olea, partiendo costillas de cerdo. Y Fernández, sirviendo comidas. Y lo que les queda. Triste consuelo Para muchos miles de trabajadores europeos, Cercas se ha convertido en el «héroe de las 48 horas» desde que el pasado miércoles consiguiera que una mayoría de parlamentarios vetara la pretensión de unos cuantos gobiernos y de la patronal comunitaria de extender la jornada laboral semanal a las 65 horas. Un alivio, ciertamente, para muchos, pero un triste consuelo para esos cientos de miles de «currantes» de ordenador a cuestas, furgoneta a rastras y horario comercial de sol a sol, algunos de los cuales firmarían incluso la jornada que ahora denosta el «europarlamento». Encontrar a las víctimas de esta filosofía del «trabajar para vivir» es fácil. Curiosamente, están en los dos extremos de la cadena: los altos ejecutivos, por un lado, y los autónomos, por el otro, precisamente los dos colectivos a los que la normativa europea no afectaba. Para ellos, el mito de la conciliación laboral está aún muy lejos. Lo peor, en estos casos, es ser tu propio jefe. Según Lorenzo Amor, presidente de la Asociación de Trabajadores Autónomos, la mitad de los 3,3 millones de empleados por cuenta propia trabajan solos, y aquí no hay legislaciones que valgan y mucho menos cuando la crisis acecha los talones: «Como le dijo a Zapatero el taxista que fue a La Moncloa, la única solución para superar la crisis es echarle más horas». Amor reconoce que la recesión ha disparado la jornada laboral de los autónomos, situada hasta ahora en el límite de las 48 horas. Transportistas y agentes comerciales son los más sacrificados. ¿Cuántas horas trabaja usted a la semana? Meinrad Spenger, cofundador y consejero delegado de MÁSmóvil, a sus 33 años se lleva el premio gordo: entre 80 y 85, de siete y media de la mañana a diez de la noche de lunes a viernes y, de propina, el sábado o el domingo. «Procuro dejarme un día libre para descansar», presume. Su caso es el de muchos emprendedores atrapados en un proyecto que sólo a base de horas y horas de trabajo puede salir adelante. Spenger llegó de Austria hace tres años y vivió en un piso compartido, donde se hartó del menú casero de «pasta&pesto». Ahora que ha puesto en marcha su negocio no lo puede dejar. «Nosotros somos 60 en la empresa y nuestros competidores 6.000. No hay más remedio que trabajar más para ofrecer las tarifas más baratas. Y hasta ahora nos va bien», asegura. ¿Hasta cuándo este ritmo de trabajo? «En un futuro aspiro a echar menos horas -reconoce-, porque a mi novia no le gustaría verme siempre así. Quizá cuando tenga hijos bajaré el ritmo». Comer en 15 minutos En un principio, a Spenger le costó ajustar su mentalidad centroeuropea a las costumbres laborales de los españoles, pero se adaptó pronto. «Yo sigo comiendo un sándwich y patatas fritas en 15 minutos -reconoce-, pero ya tengo asumido que entre las dos y las cuatro de la tarde es difícil hacer negocios». Y si sólo fuera hasta las cuatro... Llegamos al meollo de la cuestión: en España se trabaja mucho y se rinde poco. Ignacio Buqueras, presidente de la Comisión Nacional para la
Racionalización de los Horarios Españoles, lleva cinco años empeñado en demostrar que una cosa es estar en el trabajo y otra trabajar. «Aquí se valora al empleado que presume sin sonrojarse de que trabaja diez o doce horas diarias -señala-. En el extranjero se le consideraría ineficiente». Y no vale recurrir a la respuesta de manual. «Cuando me dicen que España es así, les digo: ``no, oiga, una cosa es lo que hagamos de vacaciones y otra el día a día en una ciudad¿¿. Empezamos a ser líderes en rupturas familiares, porque las familias no hablan, y en fracaso escolar, porque los padres no se ocupan de sus hijos». Lo que haga el jefe Su argumentario, como todos, está sujeto a objeciones. Primera: elegir el horario no es tan fácil. Segunda: aquí las batallas particulares sirven de poco. Y tercera: qué ocurre si el jefe lo hace. Empecemos por esta última: «Una cosa es que el ministro quiera estar comiendo hasta las cinco y trabajando hasta las diez, y otra que tenga que arrastrar a secretarias, chóferes, escoltas y ayudantes. Eso en el resto de la UE no pasa, porque es infrautilizar a tu equipo». En cuanto a las prioridades, Buqueras adivina un cambio de tendencia. «Según me cuentan los directores de Recursos Humanos -afirma-, cada vez son más los empleados que, después de preguntar cuánto van a cobrar, preguntan qué horario tendrán. Eso hace dos o tres años no pasaba». Y el cambio de hábito, por último. Una cosa llevaría a la otra, y la otra a un final feliz para tanta pesadilla cotidiana. «Si se adelantasen los horarios laborales la gente iría antes a comprar, y los de las tiendas cerrarían antes y no tendrían que abrir los sábados», afirma. De la esclavitud del horario comercial saben mucho Andrea Lucas y Álvaro Olea, que regentan la carnicería El Teleno, en el barrio de Las Rosas de Madrid. La jornada empieza a las 7:30 y termina a las nueve de la noche, aunque quien no se consuela es porque no quiere: «Yo aquí estoy encantada con este horario, porque antes trabajaba en un bar y eso sí que era horrible», confiesa Andrea. El sector de la restauración es, quizá, el que se lleva la peor parte de la esclavitud laboral. Lo saben bien en el bar Metrópoli de la calle Suecia de Madrid. Allí la buena noticia es que sus doce empleados hacen turnos. La mala es que el de mañana es de 6:30 a 18:30, y el de la tarde de doce del mediodía a dos de la madrugada. Y seis días a la semana. 72 horas semanales en el mejor de los casos, 84 en el peor. Daniel Fernández Gil tiene el turno «corto» y pese a los muchos años que lleva en el negocio dice que el cuerpo jamás llega a acostumbrarse. «Tengo dos niñas pequeñas y me gustaría algún fin de semana llevarlas al zoo», se lamenta. ¿Tienen las autoridades alguna solución para ellos? El camino por recorrer aún es largo.

Y este cuento se ha acabado. MORALEJA: No todo lo que dicen los periodistas es cierto (lo siento por algún amigo mío que trabaja en la profesión).

JIV


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