¿Por qué el cine español ha perdido casi siete millones de espectadores en un año?
Lo más sencillo, queridos lectores, es culpar a las descargas ilegales, buscar pistas en el espacio doméstico que ha sustituido la experiencia colectiva de la sala por la experiencia familiar del salón, y ponerse demográfico para comprobar la falta de correspondencia entre el producto y el público potencial al que va dirigido. Pero lo más honesto es confesar lo inconfesable: que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Es decir, en cursos anteriores el cine español ha salvado el pellejo por los pelos porque el éxito sorpresa («El orfanato» o, en 2009, «Celda 211») de una película o el éxito programado de otra («Ágora») cuadraba el debe y el haber en la balanza de pagos.
El autodiagnóstico de la familia del cine español ante hecatombes anteriores fue que todo era cuestión de mala imagen. Como suele ser habitual en estos casos, culparon a los medios de comunicación de la mayor parte de los males. El divorcio entre el público y los cineastas patrios, por tanto, era, según ellos, fruto de que la prensa se les había echado encima tras el «No a la guerra» de los Goya.
El programa electoral de Álex de la Iglesia para llegar a la presidencia de la Academia tenía en letras mayúsculas la palabra «reconciliación». Y el director de «Balada triste de trompeta» lo logró, como quedó patente en la ceremonia del año pasado. Los hijos díscolos regresaron y los telespectadores respaldaron el brindis con su atención.
Sin embargo, que el público viera con mejores ojos a las gentes del cine no significa, a la vista de las cifras, que acudieran en masa, o al menos con más interés, a las salas. Para que alguien se mueva de casa, dedique hora y media de su tiempo y pague siete euros hace falta algo más que el director o los protagonistas le caigan simpáticos.
No se trata de que la cosecha del 2010 haya sido mala, el problema reside en que ninguna película cumplía su cometido como tabla de salvación. Sin ese caballo ganador los filmes de presupuesto medio que orbitarían a su alrededor se ven obligados a dar la cara y a asumir toda la responsabilidad en taquilla. No pueden, porque para ellos un millón de euros de recaudación sería todo un éxito, pero con eso no se llega muy lejos. Para que la taquilla de esas películas tuviera la oportunidad de dar lo mejor de sí misma necesitaría un modelo de exhibición, que ha quedado finiquitado por los usos y costumbres de las «majors» norteamericanas. Una película, sea española o no, tiene que dar dinero el primer fin de semana; si no, adiós muy buenas.
Probablemente eso tenga sentido en un mercado tan grande como el yanqui, pero no salen los números en uno tan pequeño como el español. Habría que revisar los canales de distribución y exhibición, confiar más en el rendimiento a largo plazo de películas modestas que puedan obtener máximos beneficios si se mantienen en cartel.
El 2010 ha sido un año de remixes de originales que habían funcionado en taquilla, réplicas clonadas que aspiraban a repetir éxito. Le ocurrió a «Lope» (respecto a «Alatriste») y a «Los ojos de Julia» (respecto a «El orfanato»). Los resultados comerciales fueron buenos, pero quizás estuvieron por debajo de lo esperado. Es como si el cine español, inseguro de sus posibilidades, se hubiera volcado en la resurrección de una misma fórmula que va perdiendo color con el paso de los años. Hay que leer el brutal descenso de espectadores respecto del 2009 como un severo toque de atención a esa tendencia: el público espera un poquito más de los productos nacionales.
Para el profano la cosa canta un pelín, cinéfilos y contribuyentes tenemos derecho, sin acritud, a hacer preguntas. Culpar a los conglomerados estadounidenses de las reticencias de los españoles hacia nuestro cine es un poco manido y sólo parcialmente convincente. Sabemos que el coste medio de un film estadounidense es de 40 millones de dólares y el de un español muy inferior a esa cifra pero eso no explica todo; las intrigas de las distribuidoras yanquis, tampoco. Almodóvar, de entrada, pulveriza la tesis de que todo es culpa de los yanquis pero, además, ¿por qué en Francia la cuota de mercado nacional es del 37% y en España del 10? ¿Por qué alemanes e italianos van más menudo a ver sus productos que nosotros a los nuestros?
¿Por qué España es tan voraz consumidor del cine yanqui? (quinto comprador de cine americano en el mundo) ¿Por qué en países que tienen cuotas limitadas de importación de films extranjeros (China) nuestra cinematografía está sistemáticamente ausente? En el puñado de elegidos no entran los nuestros. ¿Por qué, una vez más, un porcentaje considerable de las películas realizadas en el 2010 en España no han sido estrenadas ni parece que vayan a serlo? ¿Tienen las no estrenadas dinero oficial en la época que vivimos? ¿Es un problema de modelo, del modo de hacer cine o de temática? ¿Es una coincidencia que bastantes de las películas galardonadas en nuestro país tengan un sesgo político determinado? ¿Por qué cuesta igual ir a ver cine español cuando éste está subvencionado con nuestros impuestos?
Preguntas que dejo a reflexión. Pues de su respuesta devendrá la solución al problema del cine español.
JIV
Lo más sencillo, queridos lectores, es culpar a las descargas ilegales, buscar pistas en el espacio doméstico que ha sustituido la experiencia colectiva de la sala por la experiencia familiar del salón, y ponerse demográfico para comprobar la falta de correspondencia entre el producto y el público potencial al que va dirigido. Pero lo más honesto es confesar lo inconfesable: que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Es decir, en cursos anteriores el cine español ha salvado el pellejo por los pelos porque el éxito sorpresa («El orfanato» o, en 2009, «Celda 211») de una película o el éxito programado de otra («Ágora») cuadraba el debe y el haber en la balanza de pagos.
El autodiagnóstico de la familia del cine español ante hecatombes anteriores fue que todo era cuestión de mala imagen. Como suele ser habitual en estos casos, culparon a los medios de comunicación de la mayor parte de los males. El divorcio entre el público y los cineastas patrios, por tanto, era, según ellos, fruto de que la prensa se les había echado encima tras el «No a la guerra» de los Goya.
El programa electoral de Álex de la Iglesia para llegar a la presidencia de la Academia tenía en letras mayúsculas la palabra «reconciliación». Y el director de «Balada triste de trompeta» lo logró, como quedó patente en la ceremonia del año pasado. Los hijos díscolos regresaron y los telespectadores respaldaron el brindis con su atención.
Sin embargo, que el público viera con mejores ojos a las gentes del cine no significa, a la vista de las cifras, que acudieran en masa, o al menos con más interés, a las salas. Para que alguien se mueva de casa, dedique hora y media de su tiempo y pague siete euros hace falta algo más que el director o los protagonistas le caigan simpáticos.
No se trata de que la cosecha del 2010 haya sido mala, el problema reside en que ninguna película cumplía su cometido como tabla de salvación. Sin ese caballo ganador los filmes de presupuesto medio que orbitarían a su alrededor se ven obligados a dar la cara y a asumir toda la responsabilidad en taquilla. No pueden, porque para ellos un millón de euros de recaudación sería todo un éxito, pero con eso no se llega muy lejos. Para que la taquilla de esas películas tuviera la oportunidad de dar lo mejor de sí misma necesitaría un modelo de exhibición, que ha quedado finiquitado por los usos y costumbres de las «majors» norteamericanas. Una película, sea española o no, tiene que dar dinero el primer fin de semana; si no, adiós muy buenas.
Probablemente eso tenga sentido en un mercado tan grande como el yanqui, pero no salen los números en uno tan pequeño como el español. Habría que revisar los canales de distribución y exhibición, confiar más en el rendimiento a largo plazo de películas modestas que puedan obtener máximos beneficios si se mantienen en cartel.
El 2010 ha sido un año de remixes de originales que habían funcionado en taquilla, réplicas clonadas que aspiraban a repetir éxito. Le ocurrió a «Lope» (respecto a «Alatriste») y a «Los ojos de Julia» (respecto a «El orfanato»). Los resultados comerciales fueron buenos, pero quizás estuvieron por debajo de lo esperado. Es como si el cine español, inseguro de sus posibilidades, se hubiera volcado en la resurrección de una misma fórmula que va perdiendo color con el paso de los años. Hay que leer el brutal descenso de espectadores respecto del 2009 como un severo toque de atención a esa tendencia: el público espera un poquito más de los productos nacionales.
Para el profano la cosa canta un pelín, cinéfilos y contribuyentes tenemos derecho, sin acritud, a hacer preguntas. Culpar a los conglomerados estadounidenses de las reticencias de los españoles hacia nuestro cine es un poco manido y sólo parcialmente convincente. Sabemos que el coste medio de un film estadounidense es de 40 millones de dólares y el de un español muy inferior a esa cifra pero eso no explica todo; las intrigas de las distribuidoras yanquis, tampoco. Almodóvar, de entrada, pulveriza la tesis de que todo es culpa de los yanquis pero, además, ¿por qué en Francia la cuota de mercado nacional es del 37% y en España del 10? ¿Por qué alemanes e italianos van más menudo a ver sus productos que nosotros a los nuestros?
¿Por qué España es tan voraz consumidor del cine yanqui? (quinto comprador de cine americano en el mundo) ¿Por qué en países que tienen cuotas limitadas de importación de films extranjeros (China) nuestra cinematografía está sistemáticamente ausente? En el puñado de elegidos no entran los nuestros. ¿Por qué, una vez más, un porcentaje considerable de las películas realizadas en el 2010 en España no han sido estrenadas ni parece que vayan a serlo? ¿Tienen las no estrenadas dinero oficial en la época que vivimos? ¿Es un problema de modelo, del modo de hacer cine o de temática? ¿Es una coincidencia que bastantes de las películas galardonadas en nuestro país tengan un sesgo político determinado? ¿Por qué cuesta igual ir a ver cine español cuando éste está subvencionado con nuestros impuestos?
Preguntas que dejo a reflexión. Pues de su respuesta devendrá la solución al problema del cine español.
JIV
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